sábado, 30 de octubre de 2010

Mis ojos, sin tus ojos, no son ojos...

(Fotografia Elena Oganesyan


Mis ojos, sin tus ojos, no son ojos,
que son dos hormigueros solitarios,
y son mis manos sin las tuyas varios
intratables espinos a manojos..

No me encuentro los labios sin tus rojos,
que me llenan de dulces campanarios,
sin ti mis pensamientos son calvarios
criando nardos y agostando hinojos.

No sé qué es de mi oreja sin tu acento,
ni hacia qué polo yerro sin tu estrella,
y mi voz sin tu trato se afemina.

Los olores persigo de tu viento
y la olvidada imagen de tu huella,
que en ti principia, amor, y en mí termina.
Miguel Hernández

Elegía a Ramón Sijé



(En Orihuela, su pueblo y el mío, se me
ha muerto como el rayo, Ramón Sijé,
con quien tanto quería.)

Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma tan temprano.

Alimentando lluvias, caracolas,
y órganos mi dolor sin instrumentos,
a las desalentadas amapolas

daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler, me duele hasta el aliento.

Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.

No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.

Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo voy
de mi corazón a mis asuntos.

Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano está rodando por el suelo.

No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.

En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes,
sedienta de catástrofes y hambrienta.

Quiero escarbar la tierra con los dientes,
quiero apartar la tierra parte a parte
a dentelladas secas y calientes.

Quiero mirar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.

Volverás a mi huerto y a mi higuera,
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera

de angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.

Alegrarás la sombra de mis cejas
y tu sangre se irá a cada lado,
disputando tu novia y las abejas.

Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas,
mi avariciosa voz de enamorado.

A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.

Miguel Hernández

jueves, 28 de octubre de 2010

Tú eras el huracán




Tú eras el huracán, y yo la alta
torre que desafía su poder.
¡Tenías que estrellarte o abatirme!...
¡No pudo ser!


Tú eras el Océano y yo la enhiesta
roca que firme aguarda su vaivén:
¡Tenías que romperte o que arrancarme!...
¡No pudo ser!


Hermosa tú, yo altivo; acostumbrados
uno a arrollar, el otro a no ceder;
la senda estrecha, inevitable el choque…
¡No pudo ser!


Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870
)

martes, 26 de octubre de 2010

MI MONTARAZA

(Fotografía Ruslan Kadiev)




I

No hay bajo el cielo divino
del campo salamanquino,
moza como Ana María,
ni más alegre alquería
que Carrascal del Camino.

En Carrascal nació ella,
y si antes no fuese bella
su natal tierra bendita,
fuéralo porque la habita
la rosa de monte aquella.

No nace en tierra cristiana
flor silvestre más lozana
ni hormiga más vividora,
ni moza más castellana,
ni mujer más labradora.

Hermosa sin los amaños
de enfermizas vanidades,
tiene unos ojos castaños
con un mirar sin engaños
que infunde tranquilidades.

Sencilla para pensar,
prudente para sentir,
recatada para amar,
discreta para callar,
y honesta para decir;

robusta como una encina
casera cual golondrina
que en casa canta la paz,
algo arisca y montesina
como paloma torcaz;

agria como una manzana,
roja como una cereza,
fresca como una fontana,
vierte efluvios de alma sana
y olor de Naturaleza.

¿Qué extraño que los favores
implore yo del Destino,
si estoy enfermo de amores
por la reina de las flores
de Carrascal del Camino?

II

¿Me quieres, Ana María?
Yo me he soñado que sí;
mas dudo que guarde impía
la ingrata fortuna mía
tesoro tal para mí;

pues de esos montes no lejos,
hay otros montes ceñudos
con montaraces ya viejos
que tienen hijos talludos
atentos a sus consejos.

Y sé que a esas alquerías
van también ricos señores
a celebrar cacerías,
a dirigir sus labores
y a ver sus ganaderías;

y a mí me causa terror
que en ese rincón de paz
den contigo, rica flor,
el hijo de un montaraz
o el hijo de un gran señor.

Felicidad que soñé,
esposa que presentí,
mujer que luego busqué
y ángel que al cabo encontré
deben de ser para mí.

Dile al hijo del señor
de la vecina alquería
que dice tu servidor
que no nació Ana María
para caprichos de amor;

que en las ciudades doradas
encontrará lindas flores
más suyas por delicadas...
¡Estas rosas coloradas
no son para los señores!

Pero si en ello porfía,
por ladrón de mi destino...,
¡lo mato si pisa un día
la raya de la alquería
de Carrascal del Camino!

Y el hijo del montaraz
de Castropardo el mayor,
el que oye mucho mejor
la voz de un viejo sagaz
que el grito de un noble amor,

si busca montaracías
que den en prados y montes
excusas y regalías,
llenos están de alquerías
esos anchos horizontes;

pues solo el amante fino
que ante el encanto se rinde
de tu mirar peregrino
merece pisar la linde
de Carrascal del Camino.

¿Me quieres, Ana María?
¿Me esperarás en la raya
de tu divina alquería,
cuando a la casa yo vaya
que pretendo llamar mía?

¡Qué buen esposo me hicieras!
¡Qué hogar tan feliz tuvieras,
si de ese monte feraz
tú la montaraza fueras
y fuera yo el montaraz!

Sé por guardas y pastores
que riges ya a maravilla
la casa de tus mayores,
donde, por buena y sencilla,
te adoran tus servidores;

y yo me tengo jurado
ser un amo tan honrado
y un montaraz tan cabal
como el mejor que ha pisado
los montes de Carrascal.

¿No sabes, Ana María
que yo he tenido parientes
en una montaracía
y sé lo que son sirvientes
y sé lo que es la alquería?

Hogaño he mercado en Alba
una yegua de Peñalba
de rutilante mirar,
tres años, negra, cuatralba,
rica sangre y buen andar;

un precioso bruto fiero
con nobleza de cordero,
blondas crines y ancha nalga,
músculos curvos de acero
y enjutos remos de galga.

Y en este animal brioso,
que nunca al trajín se rinde
de su marchar vigoroso,
vigilaré cuidadoso
tus montes de linde a linde;

y ni en los montes vecinos
han de quedar clandestinos
y atrevidillos pastores,
ni furtivos cazadores,
ni leñadores dañinos.

Y corrigiendo criados,
y amparando desgraciados,
será nuestra casa un día
vivienda de hombres honrados,
colonia de la alegría.

¿Quién más dichoso ha de ser
que el hombre que va a tener
bellos campos que cuidar,
sabroso pan que comer
y esposa a quien adorar?

Deudos que enfermo me halláis,
amigos que me estimáis,
hombres que me conocéis,
todos los que me queréis,
todos los que me envidiáis,

¡pedid en justa porfía
que me conceda el Destino
la mano de Ana María
y aquella montaracía
de Carrascal del Camino!



José María Gabriel y Galán

domingo, 24 de octubre de 2010

Aparición Urbana




¿Surgió de bajo tierra?

¿Se desprendió del cielo?

Estaba entre los ruidos,

herido,

malherido,

inmóvil,

en silencio,

hincado ante la tarde,

ante lo inevitable,

las venas adheridas

al espanto,

al asfalto,

con sus crenchas caídas,

con sus ojos de santo,

todo, todo desnudo,

casi azul, de tan blanco.


Hablaban de un caballo. Yo creo que era un ángel.


Oliverio Girondo


jueves, 21 de octubre de 2010

Tarde de Ovejas

(Fotografía Luis Beltrán)
A Louis Denise


La mancha de sangre desaparece en el horizonte de aquí.
La gota de sangre aparece en el horizonte de allá.

Hombre simple que se disipa en la flauta y cuya prudencia tiene la forma de un perro negro, el pastor desciende la adolescencia de la ladera.
Lo siguen sus ovejas, con dos pámpanos en lugar de orejas y dos racimos en lugar de ubres; lo siguen sus ovejas: viñas ambulantes.
Tan puro el rebaño que en esta tarde de estío parece que nevase infantilmente sobre la llanura.
Esas pequeñas cajas de vida pastaron allá arriba en las cazuelas y vuelven a bajar repletas.

Mis deseos también, estimulados por la flauta de la Esperanza y el perro de la Fe, subieron esta mañana por la colina del Misterio; y más arriba subieron que las ovejas de mi aldea, las ovejas de mi alma.
Pero la estrella perfumada, en medio de la llanura de jacintos, incendió los dientes ávidos que querían desabrochar su blusa fértil.
Es por eso que mi sutil rebaño, a la hora del ángelus, vuelve a entrar en mí mismo con los flancos desesperados.

Las ovejas están en el redil y el hombre simple se va a dormir en medio de su flauta y de su perro negro.

Saint-Pol Roux

lunes, 18 de octubre de 2010


yama mo niwa mo
ugoki iruru ya
natsu-zashiki

En verano,
las montañas y el jardín
se van adentrando
hasta mi habitación.


Matsuo Basho

viernes, 15 de octubre de 2010

Contigo


¿Mi tierra?
Mi tierra eres tú.

¿Mi gente?
Mi gente eres tú.

El destierro y la muerte
para mi están adonde
no estés tú.

¿Y mi vida?
Dime, mi vida,
¿qué es, si no eres tú?

Luis Cernuda

RIMA XIII

Tu pupila es azul y, cuando ríes,
su claridad süave me recuerda
el trémulo fulgor de la mañana
que en el mar se refleja.

Tu pupila es azul y, cuando lloras,
las transparentes lágrimas en ella
se me figuran gotas de rocío
sobre una vïoleta.

Tu pupila es azul, y si en su fondo
como un punto de luz radia una idea,
me parece en el cielo de la tarde
una perdida estrella.

Gustavo Adolfo Bécquer

domingo, 10 de octubre de 2010

Amor

(Fotografía Roque Soto)

¡Primavera feroz! Va mi ternura
por las más hondas venas derramada,
fresco hontanar, y furia desvelada,
que a extenuante pasmo se apresura.
¡Oh qué acezar, qué hervir, oh, qué premura
de hallar, en la colina clausurada,
la llaga roja de la cueva helada,
y su cura más dulce, en la locura!
¡Monstruo fugaz, espanto de mi vida,
rayo sin luz, oh tú, mi primavera,
mi alimaña feroz, mi arcángel fuerte!
¿Hacia qué hondón sombrío me convida,
desplegada y astral, tu cabellera?
¡Amor. amor, principio de la muerte!



Dámaso Alonso

Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes ni los pájaros


Dicen que no hablan las plantas,
ni las fuentes ni los pájaros
ni el onda con sus rumores, ni con su brillo los astros:
lo dicen, pero no es cierto, pues siempre cuando yo paso
de mí murmuran y exclaman: -- Ahí va la loca, soñando
con la eterna primavera de la vida y de los campos,
y ya bien pronto, bien pronto, tendrá los cabellos canos,
y ve temblando, aterida, que cubre la escarcha el prado.

--Hay canas en mi cabeza, hay en los prados escarcha;
mas yo prosigo soñando, pobre, incurable sonámbula,
con la eterna primavera de la vida que se apaga
y la perenne frescura de los campos y las almas,
aunque los unos se agostan y aunque las otras se abrasan.

Astros y fuentes y flores, no murmuréis de mis sueños;
sin ellos, ¿cómo admiraros, ni cómo vivir sin ellos?



En las orillas del Sar


Rosalía de Castro 1837....1885